2001: Odisea del espacio

III – ENTRE PLANETAS

15 – Discovery

La nave se encontraba aún a sólo treinta días de la Tierra, pero sin embargo David Bowman hallaba a veces difícil creer que hubiese conocido jamás otra existencia que la del cerrado y pequeño mundo de la nave Discovery. Todos sus años de entrenamiento, todas sus anteriores misiones a la Luna y a Marte, parecían pertenecer a otro mundo, a otra vida.

Frank Poole confesaba tener los mismos sentimientos, y a veces había lamentado, bromeando, que el próximo psiquiatra estuviese casi a la distancia de ciento cincuenta millones de kilómetros. Pero aquella sensación de aislamiento y de desamparo era bastante fácil de comprender, y ciertamente no indicaba anormalidad alguna. En los treinta años desde que los hombres se aventuraron por el espacio, nunca había habido una misión como aquella.

Había comenzado, hacía cinco años, con el nombre de Proyecto Júpiter... el primer viaje tripulado de ida y vuelta al mayor de los planetas. La nave estaba casi lista para el viaje de dos años cuando algo bruscamente, había sido cambiado el perfil de la misión.

La Discovery iría a Júpiter, en efecto, pero no se detendría allí. Ni siquiera aminoraría su velocidad al atravesar el lejano sistema de satélites jovianos. Por el contrario, debería utilizar el campo gravitatorio del gigantesco mundo como una honda para ser arrojada aún más allá del Sol. Como un cometa, atravesaría rápida los últimos límites del Sistema Solar en dirección a su meta última, la anillada magnificencia de Saturno. Y nunca volvería.

Parala Discovery, sería un viaje de ida tan sólo, pero sin embargo, su tripulación no tenía intención alguna de suicidarse. Si todo iba bien, regresarían ala Tierra dentro de siete años... cinco de los cuales pasarían como un relámpago en el tranquilo sueño de la hibernación, mientras esperaban el rescate por la aún no construida Discovery II.

La palabra "rescate" era evitada cuidadosamente en los informes y documentos de las Agencias Astronáuticas; implicaba algún fallo de planificación, por lo que la jerigonza aplicada era "recuperación". Si algo iba realmente mal, a buen seguro que no habría esperanza alguna de rescate, a más de mil millones de kilómetros de la Tierra.

Era un riesgo calculado, como todos los viajes a lo desconocido. Pero después de medio siglo de investigación, la hibernación humana artificialmente inducida, había demostrado ser perfectamente segura, y esto había abierto nuevas posibilidades al viaje espacial.

No habían sido explotadas al máximo, empero, hasta esta misión.

Los tres miembros del equipo de inspección, que no serían necesarios hasta que la nave entrase en su órbita final en torno a Saturno, dormirían durante todo el viaje exterior.

Así se ahorrarían toneladas de alimentos y otros gastos; y lo que era casi tan importante, el equipo estaría fresco y alerta, y no fatigado por el viaje de diez meses, cuando entrase en acción.

La Discovery entraría en una órbita de aparcamiento en torno a Saturno, convirtiéndose en una nueva luna del planeta gigante.

Describiría una elipse de más de tres millones de kilómetros, que la llevaría junto a Saturno, y luego, a través de las órbitas de todas sus lunas principales. Tendrían cien días para trazar cartas y estudiar un mundo cuya superficie era ochenta veces mayor que la de la Tierra, y estaba rodeado por un séquito de lo menos quince satélites conocidos... uno de los cuales era tan grande como el planeta Mercurio.

Habría allí maravillas suficientes para siglos de estudio; la primera expedición sólo podría llevar a cabo un reconocimiento preliminar. Todo cuanto se encontrara se enviaría por radio ala Tierra; aun si no volvieran nunca los exploradores, sus descubrimientos no serían perdidos.

Al final de los cien días, la astronave Discovery concluiría su misión. Toda la tripulación sería sometida a la hibernación; sólo los sistemas esenciales continuarían operando, vigilados por el incansable cerebro electrónico de la nave. Ella continuaría girando en torno a Saturno, en una órbita tan bien determinada ahora, que los hombres sabrían exactamente donde buscarla dentro de mil años. Pero en sólo cinco, de acuerdo con los planes establecidos, llegaría la Discovery II. Aunque pasaran seis, siete u ocho años, los durmientes pasajeros no conocerían la diferencia. Para todos ellos, el reloj se habría parado, como se había parado ya para Whitehead, Kaminski y Hunter.

A veces Bowman, como primer capitán dela Discovery, envidiaba a sus tres colegas, inconscientes en la helada paz de la hibernación. Ellos estaban libres de todo fastidio y toda responsabilidad; hasta que alcanzaran Saturno, el mundo exterior no existía para ellos.

Pero aquel mundo estada vigilándolos, a través de sus dispositivos biosensores, a un lado de la masa de instrumentos del puente de mando, había cinco pequeños paneles con los nombres de HUNTER, WHITEHEAD, KAMINSKI, POOLE, BOWMAN. Los dos últimos estaban en blanco; no les llegaría el turno hasta dentro de un año. Los otros presentaban constelaciones de minúsculas lucecitas verdes, anunciando que todo iba bien; y en cada uno de ellos había una pantalla a través de la cual una serie de relucientes líneas trazaban los pausados ritmos que indicaban el pulso, la respiración y la actividad cerebral.

Había veces en que Bowman, dándose cuenta de lo innecesario que aquello era -pues si algo iba mal, sonaría al instante el timbre de alarma- conectaba el dispositivo auditivo.

Y, semihipnotizado, escuchaba los latidos infinitamente lentos del corazón de sus durmientes colegas, manteniendo los ojos fijos en las perezosas ondas que atravesaban en sincronismo la pantalla.

Lo más fascinante de todo eran los trazados del electroencefalograma... las señales electrónicas de tres personalidades que existieron, y que un día volverían a existir.

Estaban casi exentas de los ascensos y los descensos, aquellos altibajos correspondientes a las explosiones eléctricas que señalaban la actividad del cerebro en vela... o hasta del cerebro en sueño normal. De subsistir cualquier chispa de conciencia, se hallaba más allá del alcance de los instrumentos, y de la memoria.

Bowman conocía este hecho por experiencia personal. Antes de haber sido escogido para esta misión, habían sido sondeadas sus reacciones a la hibernación. No estaba seguro si había perdido una semana de su vida... o bien si se había pospuesto su muerte por el mismo lapso de tiempo. Cuando le fueron aplicados los electrodos a la frente, y comenzó a latir el generador de sueño, había visto un breve despliegue de formas caleidoscópicas y derivantes estrellas. Luego todo se había borrado, y la oscuridad le había engullido. No sintió nunca las inyecciones, y menos aún el primer toque de frío al ser reducida la temperatura de su cuerpo a sólo pocos grados sobre cero... Despertó, y le pareció que apenas había cerrado los ojos. Pero sabía que era una ilusión; como fuera, estaba convencido de que habían transcurrido realmente años.

¿Había sido completada la misión? ¿Habían alcanzado ya Saturno, efectuado su inspección y puestos en hibernación? ¿Estaba allí la Discovery II, para llevarlos de nuevo ala Tierra? Estaba como ofuscado, como envuelto en la bruma de un sueño, incapaz en absoluto de distinguir entre los recuerdos falsos y reales. Abrió los ojos, pero había poco que ver, excepto una borrosa constelación de luces que le desconcertaron durante unos minutos.

Luego se dio cuenta de que estaba mirando a unas lámparas indicadoras, pero como resultaba imposible enfocarlas, cesó muy pronto en su intento.

Sintió el soplo de aire caliente, despejando el frío de sus miembros. Una queda pero estimulante música brotaba de un altavoz situado detrás de su cabeza, la cual fue cobrando un diapasón cada vez más alto...

De pronto una voz sosegada y amistosa -pero generada por computadora- le habló.

- Está usted activándose, Dave. No se incorpore ni haga ningún movimiento violento.

No intente hablar.

¡No se incorpore!, pensó Bowman. Eso era ridículo. Dudaba de poder siquiera contraer un dedo. Pero más bien con sorpresa, vio que podía hacerlo.

Se sintió lleno de contento, en un estado de estúpido aturdimiento. Sabía vagamente que la nave de rescate debía de haber llegado, que había sido disparada la secuencia automática de resurrección, y que pronto estaría viendo a otros seres humanos. Era magnífico, pero no se excitó por ello.

Ahora sentía hambre. La computadora, desde luego, había previsto tal necesidad.

- Hay un botón junto a su mano derecha, Dave. Si tiene hambre, apriételo.

Bowman obligó a sus dedos a tantear en torno, y descubrió el bulbo periforme. Lo había olvidado todo, aunque debiera haber sabido que estaba allí. ¿Cuánto más había olvidado? ¿borraba la memoria la hibernación? Oprimió el botón y esperó. Varios minutos después, emergía de la litera un brazo metálico, y una boquilla de plástico descendía hacia sus labios. Chupó ansiosamente, y un líquido cálido y dulce pasó por su garganta, procurándole renovada fuerza a cada gota.

Apartó luego la boquilla, y descansó otra vez. Ya podía mover brazos y piernas; no era ya un imposible sueño el pensamiento de andar.

Aunque sentía que le volvían rápidamente las fuerzas, se habría contentado con yacer allí para siempre, de no haber habido otros estímulos del exterior. Mas entonces otra voz le habló... y esta vez era cabalmente humana, no una construcción de impulsos eléctricos reunidos por una memoria más- que- humana. Era también una voz familiar, aunque pasó algún rato antes de que la reconociera.

- Hola, Dave. Está volviendo en sí magníficamente. Ya puede hablar. ¿Sabe donde se encuentra? Esto le preocupó unos momentos. Si realmente estaba orbitando en torno a Saturno, ¿qué había sucedido durante todos los meses que pasaron desde que abandonara la Tierra? De nuevo comenzó a preguntarse si estaría padeciendo amnesia.

Paradójicamente, el mismo pensamiento le tranquilizó. Pues si podía recordar la palabra "amnesia", su cerebro debía estar en muy buen estado.

Pero aún no sabía donde se encontraba, y el locutor, al otro extremo del circuito, debió de haber comprendido perfectamente su situación.

- No se preocupe, Dave. Aquí Frank Poole. Estoy vigilando su corazón y respiración... todo está perfectamente normal. Relájese... tranquilícese.

Vamos a abrir la puerta y a sacarle a usted.

Una suave luz inundó la cámara, y vio la silueta de formas móviles recortadas contra la ensanchada entrada. Y en aquel momento todos sus recuerdos volvieron a su mente y supo exactamente donde se encontraba.

Aunque había vuelto sano y salvo de los más lejanos linderos del sueño, y de las más próximas fronteras de la muerte, había estado allí tan sólo una semana.

Al abandonar el Hibernáculo, no vería el frío firmamento de Saturno, el cual estaba a más de un año en el futuro y a mil quinientos millones de kilómetros de allí. Se encontraba aún en el departamento de adiestramiento del Centro de Vuelo Espacial, en Houston, bajo el ardiente sol de Texas.

16 – HAL

Pero ahora Texas era invisible, y hasta resultaba difícil ver los Estados Unidos. Aunque el inductor de bajo impulso de plasma había sido cortado,la Discovery se hallaba aún navegando, con su grácil cuerpo semejante a una flecha apuntando fuera dela Tierra, y orientado todo su dispositivo óptico de alta potencia hacia los planetas exteriores, donde se encontraba su destino.

Sin embargo había un telescopio que apuntaba permanentemente a la Tierra. Estaba montado como la mira de un arma de fuego en el borde de la antena de largo alcance de la nave, y comprobaba que el gran rulo parabólico estuviese rígidamente fijado sobre su distante blanco. Mientrasla Tierra permanecía centrada en la retícula del anteojo, el vital enlace de comunicación estaba intacto, y podían provenir y expedirse mensajes a lo largo del invisible haz que se extendía más de tres millones de millas cada día que pasaba.

Por lo menos una vez en cada período de guardia, Bowman miraba ala Tierra a través del telescopio de alineación de la antena. Pero como aquella estaba ahora muy lejos, atrás, del lado del Sol, presentaba ala Discovery su oscurecido hemisferio, y en la pantalla central aparecía el planeta como un centellante creciente de plata, semejante a otro Venus.

Era raro que en aquel arco de luz siempre menguante pudieran ser identificados cualesquiera rasgos geográficos, pues las nubes y la cabina los ocultaban, pero hasta la oscurecida porción del disco era infinitamente fascinadora. Estaba sembrada de relucientes ciudades; algunas de ellas brillaban con invariable luz, titilando a veces como luciérnagas cuando pasaban sobre ellas variaciones atmosféricas.

Había también períodos en que, cuandola Luna pasaba en su órbita, resplandecía como una gran lámpara sobre los oscurecidos mares y continentes de la Tierra. Luego, con un temblor de agradecimiento, Bowman podía vislumbrar a menudo líneas costeras familiares, brillando en aquella espectral luz lunar. Y a veces, cuando el Pacífico estaba en calma, podía hasta ver el fulgir lunar brillando en su cara; y recordaba noches bajo las palmeras de las lagunas tropicales.

Sin embargo no lamentaba en absoluto aquellas perdidas bellezas. Las había disfrutado todas, en sus treinta y cinco años de vida; y estaba decidido a volverlas a disfrutar, cuando volviese rico y famoso. En el interin, la distancia las hacía a todas tanto más preciosas.

Al sexto miembro de la tripulación no le importaban nada todas esas cosas, pues no era humano. Era el sumamente perfeccionado computador HAL 9.000, cerebro y sistema nervioso de la nave.

HAL (sigla de Computador ALgorítmico Heurísticamente programado, nada menos) era una obra maestra de la tercera generación de computadores. Ello parecía ocurrir en intervalos de veinte años, y mucha gente pensaba ya que otra nueva creación era inminente.

La primera había acontecido en 1940 y pico, cuando la válvula de vacío hacía tiempo anticuada, había hecho posible tan toscos cachivaches de alta velocidad como la ENIAC y sus sucesores. Lugo en los años sesenta habían sido perfeccionados sólidos ingenios microelectrónicos. Con su advenimiento, resultaba claro que inteligencias artificiales cuando menos tan poderosas como la del hombre, no necesitaban ser mayores que mesas de despacho... caso de que se supiera cómo construirlas.

Probablemente nadie lo sabría nunca; mas ello no importaba. En los años ochenta, Minsky y Good habían mostrado cómo podían ser generadas automáticamente redes nerviosas autorreplicadas, de acuerdo con cualquier arbitrario programa de enseñanza.

Podían construirse cerebros artificiales mediante un proceso asombrosamente análogo al desarrollo de un cerebro humano. En cualquier caso dado, jamás se sabrían los detalles precisos, y hasta si lo fueran, serían millones de veces demasiado complejos para la comprensión humana.

Sea como fuere, el resultado final fue una máquina-inteligencia que podía reproducir algunos filósofos preferían la palabra "remedar"- la mayoría de las actividades del cerebro humano, y con mucha mayor velocidad y seguridad. Era sumamente costosa y sólo habían sido construidas hasta la fecha unas cuantas unidades de la HAL 9.000; pero estaba comenzando a sonar un tanto a hueca la vieja chanza de que siempre sería más fácil hacer cerebros orgánicos mediante un inhábil trabajo.

Hal había sido entrenado para aquella misión tan esmeradamente como sus colegas humanos... y a un grado de potencia mucho mayor, pues además de su velocidad intrínseca, no dormía nunca. Su primera tarea era mantener en su punto los sistemas de subsistencia, comprobando continuamente la presión del oxígeno, la temperatura, el ajuste del casco, la radiación y todos los demás factores inherentes de los que dependían las vidas del frágil cargamento humano. Podía efectuar las intrincadas correcciones de navegación y ejecutar las necesarias maniobras de vuelo cuando era el momento de cambiar de rumbo. Y podía atender a los hibernadores, verificando cualquier ajuste necesario a su ambiente, y distribuyendo las minúsculas cantidades de fluidos intravenosos que los mantenían con vida.

Las primeras generaciones de computadoras habían recibido la información necesaria a través de teclados de máquinas de escribir aumentados, y habían replicado a través de impresores de alta velocidad y despliegues visuales. Hal podía hacerlo también así, de ser necesario, pero la mayoría de sus comunicaciones con sus camaradas de navegación se hacían mediante la palabra hablada. Poole y Bowman podían hablar a Hal como si fuese un ser humano, y él replicaría en el más puro y perfecto inglés que había aprendido durante las fugaces semanas de su electrónica infancia.

Sobre si Hal pudiera realmente pensar, era una cuestión que había sido establecida por el matemático Inglés Alan Turing en los años cuarenta. Turing había señalado que, si se podía llevar a cabo una prolongada conversación con una máquina -indistintamente mediante máquina de escribir o micrófono- sin ser capaz de distinguir entre sus respuestas y las que podría dar un hombre, en tal caso la máquina estaba pensando, por cualquier sensible definición de la palabra. Hal podía pasar con facilidad el test de Turing.

Y hasta podía llegar el día en que Hal tomase el mando de la nave, en caso de emergencia, si nadie respondía a sus señales, intentaría despertar a los durmientes miembros de la tripulación, mediante una estimulación eléctrica y química. Y si no respondían, pediría nuevas órdenes por radio a la Tierra.

Y entonces, si tampocola Tierra respondiese, adoptaría las medidas que juzgara necesarias para la salvaguardia de la nave y la continuación de la misión... cuyo real propósito sólo él conocía, y que sus colegas humanos jamás habrían sospechado.

Poole y Bowman se habían referido a menudo humorísticamente a sí mismos como celadores o conserjes a bordo de una nave que podía realmente andar por sí misma. Se hubieran asombrado mucho, y su indignación hubiera sido más que regular, al descubrir cuanta verdad contenía su chanza.

17 – En crucero

La carrera cotidiana de la nave había sido planeada con gran cuidado, y -teóricamente cuando menos- Bowman y Poole sabían lo que deberían estar haciendo a cada momento de las veinticuatro horas. Operaban en turno alternativo de doce horas, no hallándose nunca dormidos los dos al mismo tiempo. El oficial de servicio permanecía normalmente en el puente de mando, mientras su adjunto proveía al cuidado general, inspeccionaba la nave, solucionaba los asuntos que constantemente se presentaban, o descansaba en su cabina.

Aunque Bowman era el capitán nominal, ningún observador exterior podría haberlo deducido, en esta fase de la misión. El y Poole intercambiaban papeles, rango y responsabilidades por completo cada doce horas. Ello mantenía a ambos en el máximo de adiestramiento, minimizaba las probabilidades de fricción, y acercaba al objetivo de un 100% de eficacia.

El día de Bowman comenzaba a las 6, hora de la nave. La hora universal de los astrónomos. Si andaba retrasado Hal tenía una variedad de artilugios para recordarle su deber, pero no había sido necesario usarlos nunca. Como simple prueba Poole había desconectado una vez el despertador, pero sin embargo Bowman se había levantado automáticamente a la hora debida.

Su primer acto oficial del día era adelantar doce horas el Cronómetro Regidor de la Hibernación. De haberse dejado de hacer esta operación dos veces seguidas, ello supondría que tanto él como Poole habían sido incapacitados, debiendo ser por ende efectuada la necesaria acción de emergencia.

Bowman se aseaba y hacía sus ejercicios isométricos antes de sentarse para desayunar y para escuchar la edición radiada matinal del World Times. En tierra, no prestaba nunca tanta atención al periódico como ahora; hasta los más pequeños chismorreos de sociedad, los más fugaces rumores políticos, parecían de un absorbente interés para él, cuando pasaban por la pantalla.

A las 7 debía relevar oficialmente a Poole en el puente de mando, llevándole un tubo de café de la cocina. Si -como era por lo general el caso- no había nada que informar ni acción alguna que ejecutar, se dedicaba a comprobar las lecturas de todos los instrumentos, y verificaba una serie de pruebas destinadas a localizar posibles deficiencias en su funcionamiento. Para las 10, había terminado con esa tarea, y comenzaba un período de estudio.

Bowman había sido estudiante natural más de la mitad de su vida, y continuaría siéndolo hasta que se retirase, gracias a la revolución del siglo XX en las técnicas de instrucción e información, poseía ya el equivalente de dos o tres carreras... y, lo que era más, podía recordar el 90% de lo que había aprendido.

Hacía cincuenta años habría sido considerado especialista en astronomía aplicada y sistemas de cibernética y propulsión espacial... aunque solía negar, con auténtica indignación, que fuese un especialista en nada. Bowman nunca había podido fijar su atención exclusivamente en un tema determinado; a pesar de las sombrías prevenciones de sus instructores, había insistido en sacar su grado de perito en Astronáutica General... carrera vaga y borrosa, destinada a aquellos cuyo cociente de inteligencia estaba en el bajo 130, y que nunca alcanzarían los rangos superiores de su profesión.

Mas su decisión había sido acertada; aquella cerrada negativa a especializarse le había calificado singularmente para su presente tarea. Del mismo modo Frank Poole quién a veces se denominaba a sí mismo con menos precio "Practicante General en Biología espacial"- había sido una elección ideal como su adjunto. Entre ambos y con la ayuda de los vastos depósitos de información de Hal, podían contender con cualquier problema que pudiera presentarse durante el viaje... siempre que mantuviesen sus mentes alertas y receptivas, y continuamente regrabados sus antiguos moldes de memoria.

Así, durante dos horas, de 10 a 12, Bowman establecía un diálogo con un preceptor electrónico, comprobando sus conocimientos generales o absorbiendo material específico a su misión. Hurgaba interminablemente en planos de la nave, diagramas de circuito y perfiles de viaje, o intentaba asimilar todo cuanto era conocido sobre Júpiter, Saturno y sus familias de lunas, que se extendían hasta muy lejos.

A mediodía se retiraba a la cocina y dejaba la nave a Hal, mientras él preparaba su comida. Aun aquí, estaba del todo en contacto con los acontecimientos, pues la pequeña salita cocina comedor contenía un duplicado del Tablero de Situación, y Hal podía llamarle en un momento de advertencia.

Poole se le unía en esta comida, antes de volver a su período de seis horas de sueño, y por lo general contemplaban uno de los programas regulares de la televisión que se les dirigía expresamente desde Tierra.

Sus menús habían sido planeados con tal esmerada minuciosidad como cualquier parte de la misión. Las viandas, congeladas en su mayoría, eran uniformemente excelentes, habiendo sido elegidas para el mínimo de molestia. Habían que ser simplemente abiertos e introducido su contenido en la reducida autococina, que lanzaba un zumbido de atención cuando había efectuado su tarea. Podían disfrutar de lo que tenía el sabor -e, importante igualmente, el aspecto- de jugos de naranja, huevos (preparados de diversas formas), bistecs, chuletas, asados, vegetales frescos, frutas surtidas, helados, y hasta de pan recién cocido.

Tras la comida, desde las 13 a las 16, Bowman hacía un lento y cuidadoso recorrido de la nave... o de la parte accesible de ella.La Discovery medía casi ciento treinta y cinco metros de extremo a extremo, pero el pequeño universo ocupado por su tripulación se reducía casi por completo a los quince metros de la esfera del casco de presión.

Allá se encontraban todos los sistemas de subsistencia, y el puente de mando, que era el corazón operativo de la nave. Bajo el mismo había un "garaje espacial" dotado de tres cámaras reguladoras de presión, a través de las cuales podían salir al vacío, de requerirse actividad extravehicular, unas cápsulas motrices que podían contener un hombre cada una de ellas.

La región ecuatorial de la esfera de presión -el corte, como si fuese, de Capricornio a Cáncer- encerraba un cilindro de rotación lenta, de once metros de diámetro. Al efectuar una revolución cada diez segundos, este tiovivo de fuerza centrífuga producía una gravedad igual a la de la Luna. Ello bastaba para evitar la atrofia física que resultaría de la completa ausencia de peso, permitiendo que se efectuaran en condiciones normales -o casi normales- las funciones rutinarias de la existencia.

El tiovivo contenía por ende los servicios de cocina, comedor, lavado y aseo. Sólo allí les resultaba seguro preparar y manipular bebidas calientes... cosa muy peligrosa en condiciones de ingravidez, donde podía uno ser malamente escaldado por glóbulos flotantes o agua hirviendo. El problema del afeitado estaba también solucionado, no se producían ingrávido pelillos volanderos que pudiesen averiar el dispositivo eléctrico y producir un peligro para la salud.

El torno al borde del tiovivo había cinco reducidos cubículos, arreglados por cada astronauta a su gusto y que contenían sus pertenencias personales, sólo los de Bowman y Poole estaban entonces en uso, pues los futuros ocupantes de las restantes tres cabinas reposaban en sus sarcófagos electrónicos próximos a la puerta.

En caso de ser necesario, podía detenerse el giro del tiovivo; cuando esto acontecía, había de retenerse su movimiento angular en un volante, volviéndose a conmutar cuando se recomenzaba la rotación. Pero normalmente se le dejaba funcionando a velocidad constante, pues resultaba bastante fácil penetrar en el gran cilindro giratorio yendo mano sobre mano a lo largo de una barra que atravesaba la región de gravedad cero de su centro. El traslado a la sección móvil era tan fácil y automático, tras una pequeña práctica, como subir a una escalera móvil.

El casco esférico de presión formaba la cabeza de la tenue estructura en forma de flecha de más de cien metros de longitud.La Discovery al igual que todos los vehículos destinados a la penetración en el espacio profundo, era demasiado frágil y de líneas no aerodinámicas para pensar en la atmósfera, o para desafiar el campo gravitatorio de cualquier planeta. Había sido montada en órbita en torno ala Tierra, probada en un vuelo inicial translunar, y finalmente en órbita en torno a la luna. Era una criatura del espacio puro... y lo parecía.

Inmediatamente detrás del casco de presión estaba agrupado un racimo de cuatro tanques de hidrógeno líquido, y más allá de ellos, formando una larga y grácil V, estaban las aletas de radiación, que disipaban el calor derramado por el reactor nuclear.

Entreveradas en una delicada tracería de tubos para el fluido de enfriamiento, se asemejaban a las alas de algún gran dragón volante, y desde ciertos ángulos, la nave Discovery, proporcionaba una fugaz semejanza a un antiguo velero.

En la misma punta de la V, a cien metros del compartimiento de la tripulación, se encontraba el acorazado infierno del reactor, y el complejo de concentrados electrodos a través del cual emergía la incandescente materia desintegrada del motor de plasma. Este había ejecutado su trabajo hacía semanas, forzando ala Discovery a salir de la órbita estacionaria en torno a la Luna. Ahora, el reactor emitía solamente un tictac al generar energía eléctrica para los servicios de la nave, y las grandes aletas radiadoras, que se tornaban de un rojo cereza cuandola Discovery aceleraba al máximo impulso, aparecían oscuras y frías.

Aunque se requeriría una excursión en el espacio para examinar esta región de la nave, había instrumentos y apartadas cámaras de televisión que proporcionaban un informe completo de las condiciones allí existentes. Bowman creía conocer ya íntimamente cada palmo cuadrado del radiador, paneles, y cada pieza de tubería asociada con ellos.

Para las 16 horas había ya terminado su inspección, y hacía un informe verbal al Control de la Misión, hablando hasta que comenzó a llegarle el acuse de recibo. Entonces apagó su transmisor, escuchó lo que tenía que decir Tierra, y volvió a transmitir su respuesta a algunas preguntas, a las 18 se levanto Poole y le entregó el mando.

Disponía entonces de seis horas libres, para emplearlas como le placiera. A veces, continuaba sus estudios, o escuchaba música o contemplaba una película. Mucho del tiempo lo empleaba revisando la inagotable biblioteca electrónica de la nave. Habían llegado a fascinarle las grandes exploraciones del pasado... cosa bastante comprensible, dadas las circunstancias. A veces navegaba con Piteas a través de las columnas de Hércules, a la largo de la costa de una Europa apenas surgida de la edad de piedra, aventurándose casi hasta las frías brumas del Artico. O dos mil años después perseguía con Ansón a los galeones de Manila, o navegaba con Cook a lo largo de los ignotos azares de la Gran Barrera de Arrecifes, o realizaba con Magallanes la primera circunnavegación del globo. Y comenzaba a leer la Odisea, que era de todos los libros el que más vívidamente le hablaba a través de los abismos del tiempo.

Para distraerse, siempre podía entablar con Hal un gran número de juegos semiautomáticos, incluyendo las damas y el ajedrez. Si se empleaba a fondo Hal podía ganar cualquiera de estos juegos, pero como ello sería malo para la moral, había sido programado para ganar el cincuenta por ciento de la veces y sus contendientes humanos pretendían no saberlo.

Las últimas horas de la jornada de Bowman estaban dedicadas a un aseo general y pequeñas ocupaciones, a lo que seguía la cena a las 20... de nuevo con Poole. Luego había una hora durante la cual hacía o recibía llamadas personales a la Tierra. Como todos sus colegas, Bowman era soltero; pues no era justo enviar hombres con familias a una misión de tal duración. Aunque numerosas damitas habían prometido esperar hasta que regresase la expedición, nadie lo creía realmente. Al principio Poole y Bowman habían estado haciendo llamadas más bien íntimas una vez por semana, a pesar de saber que muchos oídos estarían escuchando en el extremo del circuito Tierra destinado a inhibirlas. Sin embargo a pesar de que el viaje apenas había comenzado, había empezado ya a disminuir el calor y la frecuencia de las conversaciones con sus novias en la Tierra. Lo habían esperado, ése era uno de los castigos de un astronauta, como lo había sido antaño para la vida de los marinos.

Verdad era, sin embargo -bien notoria por cierto- que los marinos tenían compensaciones en otros puertos; por desgracia, no existían islas tropicales llenas de morenas muchachas más allá de la órbita de la Tierra. Los médicos del espacio, desde luego, habían abordado con su habitual entusiasmo el problema; y la farmacopea de la nave procuraba adecuados, si bien no seductores, sustitutos.

Poco antes de efectuar el traspaso de mando, Bowman hacía su informe final, y comprobaba que Hal había transmitido todas las cintas de instrumentación para el curso del día. Luego, si tenía ganas de ello, pasaba un par de horas leyendo o viendo una película; y a medianoche se acostaba... no necesitando habitualmente para dormirse auxilio alguno de electronarcosis.

El programa de Poole era tan igual al suyo como la imagen de un espejo, y los dos regímenes de trabajo casaban sin fricción. Ambos estaban totalmente ocupados, eran inteligentes y bien compenetrados como para querellarse, y el viaje se había asentado en una cómoda rutina desprovista en absoluta de acontecimientos, hallándose señalado el paso del tiempo sólo por los números cambiantes de los relojes.

La esperanza mayor de la pequeña tripulación dela Discovery era que nada perturbase aquella sosegada monotonía, en las semanas y meses por venir.

18 – A través de los asteroides

Semana tras semana como un tranvía a lo largo del carril de su órbita, exactamente predeterminada,la Discovery paso por la de Marte siguiendo hacia Júpiter. A diferencia de todas las naves que atravesaban los firmamentos o los mares dela Tierra, ella no requería ni siquiera el más mínimo toque de los controles. Su derrotero estaba fijado por las leyes de la gravitación; no había aquí ni bajos ni arrecifes no señalados en la carta, en los cuales pudiese encallar. Ni había el más ligero peligro de colisión con otra nave pues no existía ninguna en donde fuera -cuando menos de construcción humana- entre ella y las infinitamente distantes estrellas.

Sin embargo, el espacio en el que estaba penetrando ahora estaba lejos de hallarse vacío. Delante se encontraba una tierra de nadie amenazada por los pasos de más de un millón de asteroides... entre ellos, menos de diez mil habían tenido determinadas con precisión sus órbitas por los astrónomos, sólo cuando tenían un diámetro de más de ciento cincuenta kilómetros; la inmensa mayoría eran simplemente gigantescos cantos rodados, vagando a la ventura a través del espacio.

No podía hacerse nada con respecto a ellos, hasta el más pequeño podía destruir por completo a la nave, si chocaba con ella a decenas de miles de kilómetros por hora. Sin embargo la probabilidad de que ello sucediera era insignificante. Pues en promedio sólo había un asteroide en un volumen de dos millones de kilómetros de lado; por lo tanto la menor de las preocupaciones de la tripulación era la de que la astronave Discovery pudiera ocupar el mismo punto, y al mismo tiempo.

En el día 86 debían efectuar ellos su mayor aproximación a un asteroide conocido. No llevaba nombre -siendo simplemente designado con el número 7.794- y era una roca de cincuenta metros de diámetro que había sido detectada por el Observatorio Lunar en 1977, e inmediatamente olvidada, excepto por las pacientes computadoras del Centro de los Planetas menores.Al entrar en servicio Bowman, Hal le recordó al punto el venidero encuentro... aunque no era probable que olvidara el único acontecimiento previsto de todo el viaje. La trayectoria del asteroide frente a las estrellas, y sus coordenadas en el momento de mayor aproximación, habían sido ya impresas en las pantallas de exposición. También estaban inscritas las observaciones a efectuar o a intentar; iban a estar muy atareados cuando 7.794 pasara raudo a sólo ciento cincuenta kilómetros de distancia, y a la relativa velocidad de ciento treinta mil kilómetros por hora.

Al pedir Bowman a Hal la observación telescópica, un campo estrellado no muy denso apareció en la pantalla. No había en él nada que asemejara a un asteroide; todas las imágenes, aun las más aumentadas, eran puntos de luz sin dimensiones.

- La retícula del blanco - pidió Bowman.

Inmediatamente aparecieron cuatro tenues y estrechas líneas que encerraban a una minúscula e indistinguible estrella. La miró fijamente durante varios minutos, preguntándose si Hal no se habría posiblemente equivocado; luego vio que la cabeza de alfiler luminosa estaba moviéndose, con apenas perceptible lentitud, sobre el fondo de las estrellas. Podía hallarse aún a un millón de kilómetros... pero su movimiento probaba que, en cuanto a distancias cósmicas, se encontraba casi al alcance de la mano.

Cuando casi seis horas más tarde, se le unió Poole en el puente de mando, el 7.794 era cientos de veces más brillante, y se estaba moviendo tan rápidamente sobre su fondo, que no cabía duda de su identidad. Y no era ya sólo un punto luminoso, sino que había comenzado a mostrar su disco visible.

Clavaron la mirada en aquel guijarro que pasaba por el firmamento, con las emociones de marineros en un largo viaje, bordeando una costa que no podían abordar. Aunque se daban cabal cuenta de que 7.794 era sólo un trozo de roca sin vida ni aire, ese conocimiento no afectaba sus sentimientos. Era la única materia sólida que encontrarían a este lado de Júpiter... que estaba aún a más de trescientos millones de kilómetros de distancia.

A través del telescopio de gran potencia, podían ver que el asteroide era muy irregular, y que giraba lentamente sobre sus extremos. A veces parecía una esfera aislada, y a veces se asemejaba a un ladrillo de tosca forma; su período de rotación era de poco más de dos minutos, sobre su superficie había jaspeadas motas de luz y sombra distribuidas al parecer al azar, y a menudo destellaba como una distante ventana cuando planos o afloramientos de material cristalino fulguraban al sol.

Estaba pasando ante ellos a casi cincuenta kilómetros por segundo; disponían tan sólo, pues, de unos cuantos frenéticos minutos para observarlo atentamente. Las cámaras automáticas tomaron docenas de fotografías, los ecos devueltos por el radar de navegación eran registrados cuidadosamente para un futuro análisis y quedaba el tiempo justo para lanzar una cápsula de impacto.

Esta cápsula no llevaba ningún instrumento, pues no podría ninguno de ellos sobrevivir a tales velocidades cósmicas. Era simplemente una bala de metal, disparada desde la Discovery en una trayectoria que interseccionaría la del asteroide. Al deslizarse los segundos antes del impacto, Poole y Bowman esperaron con creciente tensión. El experimento, por simple que pareciera en principio, determinaba el límite, la precisión de sus dispositivos. Estaban apuntando a un blanco de treinta y cinco metros de diámetro, desde una distancia de cientos de kilómetros.

Se produjo una súbita y cegadora explosión de luz contra la parte oscurecida del asteroide, el proyectil había hecho impacto a velocidad meteórica; en una fracción de segundo, toda su energía cinética había sido transformada en calor. Una bocanada de gas incandescente fue expelida brevemente al espacio; a bordo dela Discovery, las cámaras estaban registrando las líneas espectrales, que se esfumaban rápidamente. Allá enla Tierra, los expertos las analizarían, buscando las señas indicadoras de átomos incandescentes. Y así, por vez primera, sería determinada la composición de la corteza de un asteroide.

En una hora, el 7.794 fue una estrella menguante, no mostrando ninguna traza de un disco. Y cuando entró luego Bowman de guardia, se había desvanecido por completo.

De nuevo estaban solos; y solos permanecerían, hasta que las más exteriores lunas de Júpiter vinieran flotando en su dirección, dentro de tres meses.

19 – Tránsito de Júpiter

Aun a treinta millones de kilómetros de distancia, Júpiter era ya el objeto más sobresaliente del firmamento, el planeta era un disco pálido de tono asalmonado, de un tamaño aproximadamente de la mitad dela Luna vista desdela Tierra, con las oscuras bandas paralelas de sus cinturones de nubes claramente visibles. Errando en el plano ecuatorial estaban las brillantes estrellas de Io, Europa, Ganímedes y Calixto... mundos que en cualquier otra parte hubiesen sido considerados como planetas en su propio derecho, pero que allí eran simplemente satélites de un amo gigante.

A través del telescopio Júpiter presentaba una magnífica vista... un globo abigarrado, multicolor, que parecía llenar el firmamento. Resultaba imposible abarcar su tamaño verdadero: Bowman recordó que tenía once veces el diámetro dela Tierra, pero durante largo rato fue ésta una estadística sin ningún significado real.

Luego, mientras se estaba informando de las cintas en las unidades de memoria de Hal, halló algo que de súbito le permitió ver en sus verdaderas dimensiones la tremenda escala del planeta. Era una ilustración que mostraba la superficie entera dela Tierra despellejada y luego estaquillada, como la piel de un animal, sobre el disco de Júpiter.

Contra este fondo, todos los continentes y océanos dela Tierra parecían no mayores que la India en el globo terráqueo...

Al emplear Bowman el mayor aumento de los telescopios dela Discovery, le pareció estar suspendido sobre un globo ligeramente alisado, mirando hacia un paisaje de volanderas nubes que habían sido hechas tiras por la rápida rotación del gigantesco mundo. A veces esas tiras se cuajaban en manojos, nudos y masas de vapor coloreado del tamaño de continentes; a veces eran enlazadas por pasajeros puentes de miles de kilómetros de longitud. Oculta bajo aquellas nubes, había materia suficiente para sobrepujar a todos los demás planetas del Sistema Solar. ¿Y qué más, se preguntó Bowman, se hallaba también oculto allí? Sobre ese moviente y turbulento techo de nubes, ocultando siempre la superficie del planeta, se deslizaban a veces formas circulares de oscuridad, una de las lunas interiores estaba pasando ante el distante sol, discurriendo su sombra bajo él y sobre el alborotado paisaje nuboso joviano.

Había aún más allá, a treinta millones de kilómetros de Júpiter, otras lunas, mucho más pequeñas. Pero eran sólo montañas volantes de unas cuantas docenas de kilómetros de diámetro, y la nave no pasaría en ninguna parte cerca de ninguna de ellas.

Con intervalos de pocos minutos, el transmisor del radar enviaba un silencioso rayo de energía; pero ningún eco de nuevos satélites devolvía su latido desde el vacío.

Lo que llegó, con creciente intensidad, fue el bramido de la propia voz de la radio de Júpiter. En 1955, poco antes del alba de la Era Espacial, los astrónomos habían quedado asombrados al hallar que Júpiter estaba lanzando estallidos de millones de caballos de fuerza en la banda de diez metros. Era simplemente un ronco ruido, asociado con los halos de partículas cargadas que circundaban el planeta como los cinturones de Van Allen dela Tierra, pero en escala mucho mayor.

A veces, durante las horas solitarias pasadas en el puente de mando, Bowman escuchaba esa radiación.

Aumentaba la intensidad del amplificador de la radio hasta que la estancia se llenaba con un estruendo crujiente y chirriante; de este fondo, y a intervalos regulares, surgían breves silbidos y pitidos, como gritos de aves alocadas. Era un sonido fantasmagórico e imponente, pues no tenía nada que ver con el hombre; era tan solitario y tan ambiguo como el murmullo de las olas en una playa, o el distante fragor del trueno allende el horizonte.

Aun a su actual velocidad de más de ciento sesenta mil kilómetros por hora, le llevaría ala Discovery casi dos semanas cruzar las órbitas de todos los satélites jovianos. Más lunas contorneaban a Júpiter que planetas orbitaban al sol; el observatorio lunar estaba descubriendo nuevas lunas cada año, llegando ya la cuenta a treinta y seis. La más exterior -Júpiter XVII- era retrógrada y se movía en inconstante trayectoria, a cuarenta y ocho millones de kilómetros de su amo temporal. Era el premio de un constante tira y afloja entre Júpiter y el Sol, pues el planeta estaba capturando constantemente lunas efímeras del cinturón de asteroides, y perdiéndolas de nuevo al cabo de unos cuantos millones de años. Sólo los satélites interiores eran de su propiedad permanente; el Sol no podría nunca arrancarlos de su asidero.

Ahora se encontraba aquí uno nuevo como presa de los antagónicos campos gravitatorios.La Discovery estaba acelerando a lo largo de una compleja órbita calculada hacía meses por los astrónomos dela Tierra, y cotejada constantemente por Hal. De cuando en cuando se producían minúsculos golpecitos automáticos de los reactores de control, apenas perceptibles a bordo de la nave, al efectuarse la debida corrección de trayectoria.

En el enlace de radio conla Tierra, fluía constantemente la información. Estaban ahora tan lejos del hogar, que viajando a aquella velocidad sus señales tardaban cincuenta minutos en llegar. Aunque el mundo entero estaba mirando sobre sus hombros, contemplando a través de sus ojos y de sus instrumentos a medida que se aproximaban a Júpiter, pasaría casi una hora antes de que llegaran a Tierra las nuevas de sus descubrimientos.

Las cámaras telescópicas estaban operando constantemente al atravesar la nave la órbita de los gigantescos satélites interiores... cada uno de los cuales tenía una superficie mayor que la de la Luna. Tres horas antes del tránsito,la Discovery paso sólo a treinta y dos mil kilómetros de Europa, y todos los instrumentos fueron apuntados al mundo que se aproximaba, que crecía constantemente de tamaño, cambio de esfera a semiesfera y pasó rápidamente en dirección al Sol.

Aquí había también treinta millones cuadrados de superficie, que no había sido hasta ese momento más que la cabeza de un alfiler para el más poderoso telescopio. Los pasarían raudos en unos minutos, y debían sacar el mayor partido del encuentro, registrando toda la información que pudieran. Habría meses para poder revisarla despacio.

Desde la distancia, Europa había parecido una gigantesca bola de nieve, reflejando con notable eficiencia la luz del lejano Sol. Observaciones más atentas así lo confirmaron; a diferencia de la polvorienta Luna, Europa era de una brillante blancura, mucha de su superficie estaba cubierta de destellantes trozos que se asemejaban a varados icebergs.

Casi ciertamente, estaban formados por amoníaco y agua que el campo gravitatorio de Júpiter había dejado, como fuera, de capturar.

Sólo a lo largo del ecuador era visible la roca desnuda; aquí había una tierra de nadie increíblemente mellada de cañones y revueltos roquedales y cantos rodados, formando una franja más oscura que rodeaba completamente el pequeño mundo.

Había unos cuantos cráteres meteóricos, pero ninguna señal de vulcanismo.

Evidentemente, Europa nunca había poseído fuentes internas de calor.

Había, como ya se sabía hacía tiempo, trazas de atmósfera, cuando el oscuro borde del satélite pasaba cruzando a una estrella, su brillo se empañaba brevemente antes de la ocultación. Y en algunas zonas había un atisbo de nubosidad... quizás una bruma de gotitas de amoníaco, arrastradas por tenues vientos de metano.

Tan rápidamente como había surgido del firmamento de proa, Europa se hundió por la popa; y ahora el cinturón de Júpiter se hallaba a sólo dos horas. Hal había comprobado y recomprobado con infinito esmero la órbita de la nave, viendo que no había necesidad de más correcciones de velocidad hasta el momento de la mayor aproximación. Sin embargo, aun sabiendo eso, causaba una tensión en los nervios ver como aumentaba de tamaño, minuto a minuto, aquel gigantesco globo. Resultaba dificultoso creer que la Discovery no estaba cayendo en derechura hacia él, y que el inmenso campo gravitatorio del planeta no estaba arrastrándola hacia su destrucción.

Ya había llegado el momento de lanzar las sondas atmosféricas... las cuales, se esperaba, sobrevivirían lo bastante como para enviar alguna información desde bajo el cobertor de nubes joviano. Dos rechonchas cápsulas en forma de bomba, encerradas en protectores escudos contra el calor, fueron puestas suavemente en órbita, cuyos primeros miles de kilómetros apenas se desviaban de la trazada por la Discovery.

Pero lentamente fueron derivando; y por fin se pudo ver a simple vista lo que había estado afirmando Hal. La nave se hallaba en una órbita casi rasante, no de colisión; no tocaría la atmósfera. En verdad, la diferencia era de sólo unos cuantos cientos de kilómetros -una nadería cuando se estaba tratando con un planeta de ciento cincuenta mil kilómetros de diámetro- pero ello bastaba.

Júpiter ocupaba ahora todo el firmamento; era tan inmenso que ni la mente ni la mirada podían abarcarlo ya, y ambas habían abandonado el intento. De no haber sido por la extraordinaria variedad de color -los rojos, rosas, amarillos, salmones y hasta escarlatas-

de la atmósfera que había bajo ellos, Bowman hubiese creído que estaba volando sobre un paisaje de nubes terrestres.

Y ahora, por primera vez en toda la expedición, estaban a punto de perder el Sol.

Pálido y menguado como aparecía, había sido el compañero constante desde que salieron dela Tierra, hacía cinco meses. Pero ahora su órbita se estaba hundiendo en la sombra de Júpiter, y no tardarían en pasar al lado nocturno del planeta.

Mil seiscientos kilómetros más adelante, la franja del crepúsculo estaba lanzándose hacia ellos; detrás, el Sol estaba sumiéndose rápidamente en las nubes jovianas. Sus rayos se esparcían a lo largo del horizonte como lenguas de fuego, con sus crestas vueltas hacia abajo, contraíanse luego y morían en breve fulgor de magnificencia cromática. Había llegado la noche.

Y sin embargo... el gran mundo de abajo no estaba totalmente oscuro. Rielaba una fosforescencia que se abrillantaba a cada minuto, a medida que se acostumbraban sus ojos a la escena. Caliginosos ríos de luz discurrían de horizonte a horizonte, como las luminosas estelas de navíos en algún mar tropical. Aquí y allá se reunían en lagunas de fuego líquido, temblando con enormes perturbaciones submarinas que manaban del oculto corazón de Júpiter, era una visión que inspiraba tanto espanto, que Poole y Bowman hubiesen estado con la mirada clavada en ella durante horas; ¿era aquello, se preguntaban, simplemente el resultado de fuerzas químicas y eléctricas que hervían en una caldera... o bien el subproducto de alguna fantástica forma de vida? Eran preguntas que los científicos podrían aún estar debatiendo cuando el recién nacido siglo tocase a su fin.

A medida que se sumían más en la noche joviana, se hacía constantemente más brillante el fulgor bajo ellos. En una ocasión Bowman había volado sobre el norte del Canadá durante el cenit de la aurora: la nieve que cubría el paisaje había sido tan fría y brillante como esto. Y aquella soledad ártica, recordó, era más de cien grados más cálida que las regiones sobre las cuales estaban lanzándose ahora.

- La señal dela Tierra está desvaneciéndose rápidamente - anunció Hal - Estamos entrando en la primera zona de difracción.

Lo habían esperado... en realidad era uno de los objetivos de la misión, cuando la absorción de microondas proporcionaría valiosa información sobre la atmósfera joviana.

Pero ahora que habían pasado realmente tras el planeta, y se cortaba la comunicación conla Tierra, sentían una súbita y abrumadora soledad. El cese de radio duraría sólo una hora; luego emergerían de la pantalla eclipsadora de Júpiter y reanudarían el contacto con la especie humana. Sin embargo, aquella hora sería la más larga de sus vidas.

A pesar de su relativa juventud, Poole y Bowman eran veteranos de una docena de viajes espaciales... mas ahora se sentían como bisoños. Estaban intentando algo por primera vez; nunca había viajado ninguna nave a tales velocidades, o desafiado tan intenso campo gravitatorio. El más leve error en la navegación en aquel punto crítico y la Discovery saldría despedida hacia los límites extremos del Sistema Solar, sin esperanza alguna de rescate.

Arrastrábanse los lentos minutos. Júpiter era ahora una pared vertical de fosforescencia, extendiéndose al infinito sobre ellos... y la nave estaba remontando en derechura su resplandeciente cara. Aunque sabían que estaban moviéndose con demasiada rapidez para que los prendiese la gravedad de Júpiter, resultaba difícil creer que no se había convertidola Discovery en un satélite de aquel mundo.

Al fin, y muy delante de ellos, hubo un fulgor luminoso a lo largo del horizonte. Estaban emergiendo de la sombra, saliendo al Sol. Y casi en el mismo momento, Hal anunció: -Estoy en contacto-radio con Tierra. Me alegra también decir que ha sido completada con éxito la maniobra de perturbación. Nuestro tiempo hasta Saturno es de ciento sesenta y siete días, cinco horas, once minutos.

Estaba al minuto de lo calculado; el vuelo de aproximación había sido llevado a cabo con precisión impecable. Como una bola en una mesa de billar,la Discovery se había apartado del móvil campo gravitatorio de Júpiter, y obtenido el impulso para el impacto.

Sin emplear combustible alguno, había aumentado su velocidad en varios miles de kilómetros por hora.

Sin embargo, no había en ello violación alguna de las leyes de la mecánica; la naturaleza equilibraba siempre sus asientos, y Júpiter había perdido exactamente tanto impulso angular comola Discovery había ganado. El planeta había sido retardado... pero como su masa era un quintillón de veces mayor que la de la nave, el cambio de su órbita era demasiado ínfimo como para ser detectable. No había llegado aún la hora en que el hombre podría dejar su señal sobre el Sistema Solar.

Al aumentar la luz rápidamente en su derredor, alzándose una vez más el sumido Sol en el firmamento joviano, Poole y Bowman se estrecharon las manos en silencio.

Pues aunque les resultaba difícil creerlo, había sido culminada sin tropiezo, la primera parte de su misión.

20 – El mundo de los Dioses

Pero aún no habían terminado con Júpiter. Más lejos, atrás, las dos sondas que la Discovery había lanzado estaban estableciendo contacto con la atmósfera.

De una de ellas no se había vuelto a oír; probablemente había hecho una entrada demasiado precipitada, y se había incendiado antes de poder transmitir información alguna. La segunda tuvo más suerte; hendía las capas superiores de la atmósfera joviana, deslizándose de nuevo al espacio. Tal como había sido planeado, había perdido tanta velocidad en el encuentro, que volvía a retroceder a lo largo de una gran elipse. Dos horas después reentraba en la atmósfera en el lado diurno del planeta... moviéndose a ciento doce mil kilómetros por hora.

Inmediatamente fue arrojada en una envoltura de gas incandescente, perdiéndose el contacto de radio. Hubo ansiosos minutos de espera, entonces, para los dos observadores del puente de mando. Podía suceder que la sonda sobreviviera, y que el escudo protector de cerámica no ardiese por completo antes de que acabara el frenado.

Si tal ocurriese, los instrumentos quedarían volatilizados en una fracción de segundo.

Pero el escudo se mantuvo lo bastante como para que el ígneo meteoro se detuviera.

Los fragmentos carbonizados fueron eyectados, el robot saco sus antenas, y comenzó a escudriñar en derredor con sus sentidos electrónicos. A bordo dela Discovery, que se hallaba ahora a una distancia de un millón y medio de kilómetros, la radio comenzó a traer las primeras noticias auténticas de Júpiter.

Las miles de vibraciones vertidas cada segundo estaban informando sobre composición atmosférica, presión, campos magnéticos, temperatura, radiación, y docenas de otros factores que sólo podrían desentrañar los expertos en Tierra. Sin embargo, había un mensaje que podía ser entendido al instante; era la imagen de TV, en color, enviada por la sonda que caía hacia el planeta gigante.

Las primeras vistas llegaron cuando el robot había entrado ya en la atmósfera, y había desechado su escudo protector. Todo lo que era visible era una bruma amarilla, moteada de manchas escarlatas y que se movía ante la cámara a vertiginosa velocidad... fluyendo hacia arriba al caer la sonda a varios cientos de kilómetros por hora.

La bruma se tornó más espesa; resultaba imposible saber si la cámara estaba intentando ver en diez centímetros o en diez kilómetros, pues no aparecía detalle alguno que pudiera enfocar el ojo. Parecía que, en cuanto a la TV concernía, la misión era un fracaso. Los instrumentos habían funcionado, pero no había nada que pudiese verse en aquella brumosa y turbulenta atmósfera.

Y de pronto, casi bruscamente, la bruma se desvaneció. La sonda debió de haber caído a través de la base de una elevada capa de nubes, y salido a una zona clara...

quizás a una región de hidrógeno casi puro con sólo un esparcido desperdigamiento de cristales de amoníaco. Aunque aún resultaba en absoluto imposible juzgar la escala de la imagen, la cámara evidentemente estaba abarcando kilómetros.La escena era tan ajena a todo lo conocido, que durante un momento fue casi insensata para los ojos acostumbrados a los colores y las formas de la Tierra. Lejos, muy lejos, abajo, se extendía un interminable mar de jaspeado oro, surcado de riscos paralelos que podían haber sido las crestas de gigantescas olas. Mas no había movimiento alguno; la escala de la escena era demasiado inmensa para mostrarlo. Y aquella áurea vista no podía posiblemente haber sido un océano, pues se encontraba aún alta en la atmósfera joviana. Sólo podía haber sido otra capa nubosa.

Luego la cámara captó, atormentadoramente borroso por la distancia, un vislumbre de algo muy extraño. A muchos kilómetros de distancia, el áureo paisaje se convertía en un cono singularmente simétrico, semejante a una montaña volcánica. En torno a la cúspide de este cono había un halo de pequeñas nubes hinchadas... todas aproximadamente del mismo tamaño, y todas muy precisas y aisladas, había algo de perturbador y antinatural en ellas... si, en verdad, podía ser aplicada la palabra "natural" a aquel pavoroso panorama.

Luego, prendida por alguna turbulencia en la rápidamente espesada atmósfera, la sonda viró en redondo un cuarto de horizonte y durante unos segundos la pantalla no mostró nada más que un áureo empañamiento. Se estabilizó luego; el "mar" se hallaba mucho más próximo, pero tan enigmático como siempre. Se podía observar ahora que estaba interrumpido aquí y allá por retazos de oscuridad, que podían haber sido boquetes o hendiduras que conducían a una capa más profunda de la atmósfera.

La sonda estaba destinada a no alcanzarlas nunca. A cada kilómetro se había ido duplicando la densidad del gas que la rodeaba, y subiendo la presión a medida que iba hundiéndose más y más profundamente hacia la oculta superficie del planeta. Se hallaba aún alta sobre aquel misterioso mar cuando la imagen sufrió una titilación preventiva, y esfumóse luego, al aplastarse el primer explorador dela Tierra bajo el peso de kilómetros de atmósfera.

En su breve vida, había proporcionado un vislumbre de quizás una millonésima parte de Júpiter, y se había aproximado escasamente a la superficie del planeta, a cientos de kilómetros bajo él en las profundas brumas. Cuando desapareció la imagen de la pantalla, Bowman y Poole sólo pudieron sentarse en silencio, con el mismo pensamiento dando vueltas en sus mentes.

Los antiguos, en verdad, habían hecho lo mejor que sabían, al bautizar a aquel mundo con el nombre del señor de todos los Dioses. De haber vida allí, ¿cuanto tiempo se tomaría en localizarla? Y después de eso... ¿cuantas centurias pasarían antes de que el hombre pudiera seguir a este primer pionero... y en qué clase de nave? Pero no eran estas cuestiones las que incumbían ala Discovery y a su tripulación. Su meta era un mundo más extraño aún, casi el doble de lejos del Sol... a través de mil millones más de kilómetros de vacío infestado de cometas.

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